jueves, 10 de abril de 2008

La puta con la que el SIDA no podía

Se suele comparar la catástrofe del sida en África con la peste bubónica

que diezmó Europa en el siglo XIV, miles de personas mueren diariamente sin acceso a tratamiento alguno sobre las yermas tierras de este grande y tórrido continente; el azote de la enfermedad es terrible en un mundo en el que el precio de la vida no supera en muchas ocasiones el de un puñado de arroz que llevarse a la boca, y la posibilidad de adquirir algún medio profiláctico con el cuál protegerse de las ETS, e incluso saber de su existencia se convierte casi en un imposible.

Sin embargo, quien iba a predecir que dentro del considerado el oficio más antigüo del mundo pudiera abrirse una puerta para dar con la vacuna que terminaría definitivamente con uno lo lastres médicos del siglo XXI.

“Necesitas que el colchón esté bien duro porque, si no, se resiente la espalda cuando los hombres se te echan encima” dice Agnes Munyiva, madre de 5 hijos y prostituta desde los 20 años. Agnes llegó a Nairobi (Kenia), en 1971, procedente de Machakos, una localidad oriental que está a dos horas de autobús. Tenía 20 años. (...) Cuando empezó a desesperarse pensando en cómo podría ganar algo de dinero y sobrevivir en la ciudad, alguna de sus vecinas le sugirió que intentase umalaya, es decir, que practicase la prostitución. "En la vecindad había otras mujeres que se dedicaban a eso y me animaron a que yo también lo hiciera. Tenía hijos a los que alimentar". Así que, con no pocas reticencias por su parte, empezó a sentarse a la puerta de su casa y a intentar llamar la atención de los hombres que pasaban, para ofrecerles sus servicios por 100 chelines, algo más de medio euro. Nunca pudo imaginarse en aquellas primeras semanas que ésta sería su forma de vida en sus próximos 30 años.

Hoy en día, en los suburbios de Nairobi, miles de mujeres continúan practicando la prostitución, pero tan solo una o dos compañeras de las que comenzaron con Agnes a trabajar en las calles, siguen todavía con vida.

La allí conocida como enfermedad del plástico, (pues inmediatamente al morir alguien que había padecido los característicos síntomas del VIH; sarro blanco en boca y garganta, fuertes catarros, perdida de peso, etcétera, es envuelto en una funda de plástico por los empleados de la funeraria de turno), comenzó a hacer estragos a partir de los 80, sin embargo, Agnes y otras tantas prostitutas, tras haber mantenido relaciones sexuales in intermitentes, y muchas veces con clientes infectados, no manifestaban la existencia de anticuerpos del sida.

Frank Plummer, actual director del Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades Infecciosas, de Canadá, estuvo trabajando en el proyecto de Nairobi desde el principio. (...) En 1988 descubrió algo que le resultó sorprendente: aunque cada vez más mujeres daban positivo en la prueba del sida, no estaban todas contagiadas. Algunas de ellas, entre las que había que incluir a Agnes, continuaban mostrándose inmunes y en los análisis que se les hacía cada dos años de VIH seguían dando negativo. Plummer empezó a seguir muy de cerca la pista a este grupo de mujeres y llegó a la conclusión de que un reducido número de ellas -quizá un 5%- no contraía la enfermedad. “Eran básicamente inmunes al VIH”.

Pronto se puso a trabajar en el desarrollo de una vacuna un equipo de la universidad de Oxford. Las primeras pruebas se realizaron en Nairobi en 2001, sin embargo, y a pesar de las grandes esperanzas puestas en ello, la vacuna de Oxford no logró producir los resultados esperados. Se ha descartado que la sangre de estas prostitutas sea la clave de su inmunidad, ya que es tan vulnerable de ser infectada como la de cualquier otra persona normal, y por supuesto también el factor suerte, ya que tras 60.000 relaciones sexuales a largo de su vida, 2000 de ellas con pacientes infectados, resulta imposible creer en la suerte como factor preventivo. La resistencia definitiva entonces, se ha localizado en el tracto genital, más concretamente en la mucosa de la vagina. La principal hipótesis radica en que las frecuentes relaciones sexuales llevadas a cabo por estas prostitutas, han terminado por sobre activar sus sistemas inmunológicos, llegando a desarrollar estas una serie de anticuerpos especializados en detectar y destruir todo indicio de partículas virales del VIH antes de que lleguen al torrente sanguíneo.

Se reafirma esta teoría al detectarse casos de prostitutas “inmunes”, que al abandonar la profesión por un indefinido intervalo de tiempo, y volver a ella han terminado por contraer el virus, achacándose estos resultados a una reducción del funcionamiento de sus sistemas inmunológicos, debido a la no presencia del patógeno.

La misteriosa inmunidad de que goza Agnes le ha proporcionado una considerable popularidad en el mundo del sida, pero poco más. Sigue viviendo una existencia idéntica a la que vivía durante sus primeros tiempos de umalaya, hace 30 años. “Puedo comprar el sustento diario con lo que gano, y eso es todo”. Ahora se considera afortunada por poder conseguir un centenar de chelines de un solo cliente, cuando lo más que puede ganar un joven recién llegado a Majengo son 300. El paso de la ciencia por su vida no le ha reportado ningún beneficio, e incluso la prostitución ha terminado por convertirse en un requisito básico para que siga pudiendo ser considerada apta como sujeto de estudio, ya que de lo contrario, perdería seguramente los anticuerpos que la defienden contra el SIDA. Mientras tanto, más de 22 millones de dólares han sido invertidos en esta investigación científica, y muchos de los investigadores de los que han trabajado en él han alcanzado prestigio.

Son las dos caras de una misma moneda, dos caras opuestas y desconocidas, en la cual una de ambas está predestinada a mirar hasta el fin hacia abajo, pero que sin la cuál, la moneda no existiría. “No me siento famosa”, afirma Agnes, “se trata solamente de que los problemas me han obligado a ejercer la prostitución. Si pudiera dedicarme a otra cosa, lo haría”


Alexis Pérez

28 historias de sida en Africa

(Ed. Kailas), de Stephanie Nolen, sale a la venta esta semana

Anodis

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